en público, por lo tanto no ha sido preparado y editado como un escrito formal.
El mes de diciembre,
está envuelto en una atmósfera especial
debido a las festividades de Nochebuena,
Navidad, fin de año y el ingreso a un nuevo año.
Aislando el hecho de reconocer que Jesús no nació en diciembre y si se debe o no celebrar la Navidad, este mes, hace que nadie pueda sustraerse de pensar en Jesús de una manera singular.
Por lo general, la gente en nuestra sociedad ve a Jesús como un niño que nació en condiciones casi infrahumanas, en pobreza y extrema necesidad. Eso hace que en la cultura popular lo que esa imagen despierte sea ternura, a veces lástima y por qué no, compasión. Jesús es un desvalido y hasta “hay que ayudarlo”. Lamentablemente aún hoy, muchos cristianos tienen solamente esa imagen.
La Iglesia apostólica y profética que Dios está levantando en este tiempo, está redefiniendo, poniendo en perspectiva e implantando en su mismo seno y en el mundo, el espíritu correcto de la persona y obra de Jesús.
Él fue enviado. Y como un enviado es un apóstol, por lo tanto Él es apóstol. Un apóstol “a la manera de Dios” es un comisionado con todos los atributos, autoridad y el poder para realizar lo que le encomendó la persona que le envió (en este caso Dios el Padre). Por eso el autor de Hebreos, insta a los...”hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús” (Hebreos 3:1).
EL REY NIÑO
En el relato del nacimiento de Jesús que hace Mateo en el capítulo 2, se destaca la manera en que los magos “vieron” a Jesús. Estos hombres sabios, versados en filosofía, medicina, ciencias naturales y que se dedicaban a la astronomía, preguntaron por “el rey de los judíos”, alegando que habían observado en el firmamento un fenómeno inexplicable (su estrella), y “venimos a adorarle”, dijeron. Ellos no buscaron “sólo a un niño”, buscaron en “el niño” al “rey”.
Por lo mismo, cuando vieron a Jesús con su madre María, se postraron y le adoraron. Pero además, le entregaron regalos proféticos consistentes en oro, incienso y mirra.
* ORO: Es regalo de reyes.
* INCIENSO: Es regalo de sacerdotes.
* MIRRA: Es regalo para alguien que va a morir.
Efectivamente, regalos proféticos. En el pesebre había un niño, pero era un rey. Proféticamente el Rey de Reyes y Señor de Señores, ante quien un día “toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:10-11). Los sabios estaban reconociendo al rey y le estaban obsequiando oro.
El incienso fue entregado como regalo de sacerdotes. Un sacerdote o pontífice es un “constructor de puentes”. Jesús fue “el mediador entre Dios y los hombres”; aquel que “padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos para llevarnos a Dios” (1ª Pedro 3:18a).
La mirra como regalo para quien va a morir, profetizaba el sacrificio expiatorio de Jesús, la redención que sólo Él podía consumar.
La revelación que los sabios tuvieron de Jesús, desafía a la Iglesia de hoy en día, porque de la visión e imagen que la Iglesia tenga de Jesús, se desprende el mensaje que ella predique. Jesús, se “quedó siendo un niño” o bien Él es “el Rey” y hay que reconocerlo y obedecerlo.
UN REY JUSTO
En el proceso del cumplimiento de su misión, es de suma importancia ver a Jesús en Lucas 4. Luego de la tentación de Satanás de la cual salió en victoria, “volvió en el poder del Espíritu a Galilea y se difundió su fama por toda la tierra alrededor” (v.14).
Posteriormente entró en la sinagoga, levantándose a leer la profecía de Isaías, atribuida a Él mismo:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos;
a poner en libertad a los oprimidos;
a predicar el año agradable del Señor”
(Lucas 4:18-19).
Jesús afirmó que el Espíritu Santo lo había capacitado para ministrar, de modo que la unción habría de manifestarse.
Resumiendo, la misión de Jesús tiene que ver con hacer y establecer justicia. Es injusto que haya gente pobre que siempre reciba malas noticias. Es injusto que haya enfermos, quebrantados y cautivos; es injusto que haya ciegos.
Jesús dijo: Vine a predicar el año agradable del Señor. La buena voluntad, lo favorable, la gracia de Dios, es lo que Él vino a establecer en la humanidad. Este “año” se trata del “año del jubileo”, que ocurría cada cincuenta años de acuerdo a Levítico 25. Era un año de gracia y de alegría, en que los trabajos cesaban, los esclavos eran libres, las deudas eran perdonadas y los prisioneros eran dejados en libertad.
Jesús tomaba como base el Antiguo pacto para abrir la puerta al Nuevo pacto, el pacto de gracia, donde ya no habría “año de jubileo” cada cincuenta años, sino que serían días, meses, años, es decir, un estado permanente de salud integral, de libertad y prosperidad en cuerpo, alma y espíritu.
LA IGLESIA QUE DECLARA A SU REY
Jesús es Salvador, Rey y Señor. Él es el Cristo, el ungido de Dios, el Deseado de las naciones. Él fue quien dijo: El Reino de los cielos se ha acercado.
Tenemos que vivir en el “año agradable del Señor”. La Iglesia de este tiempo, la que Dios está levantando, no tiene en su vocabulario: “¡Feliz Navidad y próspero año nuevo!”. No es “un día especial de felicidad”. Tampoco el “deseo de prosperidad para un nuevo año que comienza” sino la instalación de un estado, “el año agradable del Señor”. En esa perspectiva y dimensión, ora: “Padre, venga tu Reino y que como tu voluntad se hace en el cielo, se haga también en la tierra”.
En la dimensión apostólica decretamos y profetizamos al mundo:
y nosotros como un reino de sacerdotes,
establecemos SU reinado!
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