¿De qué lado estás?
Hernán Cipolla
19 de October de 2003
El texto contenido en esta página fue tomado literalmente de lo expresado verbalmente
en público, por lo tanto no ha sido preparado y editado como un escrito formal.
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Quiero que compartamos juntos una Palabra, y este mensaje que voy a compartir con ustedes tiene como título, "¿de qué lado estás?".
Hace algún tiempo empecé a darme cuenta que muchas veces podemos hacer muchas cosas, decir muchas cosas, pero no siempre estamos haciendo o diciendo aquello que Dios quiere.
Como hijos de Dios podemos estar del lado de Dios entendiendo los propósitos de Dios, o también, como hijos de Dios, sin querer, muchas veces, podemos estar del lado de nuestro propio pensamiento o del lado de los hombres, sin entender los planes de Dios.
Y yo me he dado cuenta y he comprobado, que cuando nosotros estamos de nuestro propio lado o del lado de los hombres, las cosas no resultan como Dios las había planeado.

Es necesario aprender a estar del lado de Dios para hacer sus planes, para cumplir sus propósitos, para entender su voluntad y vivirla cada día.
Es necesario estar del lado de Dios para poder utilizar la mente de Cristo, que la Biblia dice que tenemos, y que la gran mayoría de las veces no utilizamos porque pensamos según nuestra propia manera. Pero si pudiéramos pensar y empezar a practicar la mente de Cristo, nos daríamos cuenta que siempre de una u otra forma, tendríamos que estar del lado de Dios, para hacer las cosas como Dios quiere.

Quiero tomar como referencia un pasaje para que recordemos este hecho ocurrido con Jesús y sus discípulos:

Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo:
¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías;
y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.
El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás,
porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia;
y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos;
y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos;
y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.
Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo.
(Mateo 16:13-20)

Lo que vemos aquí es un hecho muy importante, porque en este momento, en este relato vemos que Jesús está esperando la respuesta del millón; de acuerdo a esa respuesta, él podría hacer una declaración poderosa sobre la cual Su Iglesia iba a ser edificada, construida y levantada.
Comienza a preguntarles a sus discípulos ¿Quién dice la gente que soy yo?
Y los discípulos le dicen lo que evidentemente oían de la gente:

“Unos piensan que eres Juan el Bautista, aunque está muerto y habrá resucitado,
otros piensan que eres Elías, otros piensan que eres Jeremías o cualquier otro de los profetas”.


Una cosa es lo que la gente pudiera decir, pero Jesús, necesitaba saber: ¿Qué decían aquellos que compartían todo el tiempo con él, que permanentemente estaban a su lado, que conocían sus intimidades y él conocía la de ellos?
Llega un momento que, aunque seamos hijos de Dios, Jesús utilizará algo que ocurre en tu vida para saber: ¿Qué hay en lo más profundo de tu corazón?
Un momento en el cual Jesús necesita saber: ¿Qué estás pensando a cerca de él?

Por esta razón, muchas veces tenemos circunstancias en las que hablamos, opinamos y decimos cómo creemos que va a ser la solución de la misma; pero lo que muchas veces olvidamos es que Jesús está oyendo, observando, que él está analizando el corazón. Y como nos olvidamos de eso, respondemos.
Estoy casi seguro que si tuviéramos a Jesús en frente, como los discípulos lo tenían, nos cuidaríamos más al dar nuestra respuesta, porque diríamos que si hago algo que está mal, lo tengo en frente y sé la cara que me va a poner. Sé lo que me va a decir Jesús, si me oye decir lo que estoy pensando.
Para Jesús era muy importante la respuesta de sus discípulos y el único que se atrevió a responder fue Pedro, pero no lo hizo por una sabiduría personal, o porque en ese momento tuvo un mayor grado de lucidez, Pedro respondió, porque la revelación del Espíritu Santo vino sobre él para que pudiera responder la verdad, y en esa revelación dio la base más importante que nosotros tenemos como Iglesia de Jesucristo:

“Que ese Jesús era el Cristo, el hijo del Dios viviente.”

A partir de eso Jesús le dice a Pedro, que iba a cambiar su nombre, de Simón ahora iba a ser Pedro; y que le entregaría las llaves. Y le da una palabra profética que se cumpliría luego en el Libro de los Hechos, para la vida de Pedro.
Pero aunque podamos ser por momentos guiados por el Espíritu, y que su revelación esté en nosotros, necesitamos estar “siempre del lado de Dios”, para responder en toda ocasión de la misma manera.

Muchas veces el Señor nos utiliza y el Espíritu Santo está sobre nosotros para responder lo que debemos responder, pero muchas otras veces nos dejamos llevar por aquello que pensamos.

Si leemos más adelante, nos vamos a dar cuenta, qué ocurrió inmediatamente después.

Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos
que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos,
de los principales sacerdotes y de los escribas;
y ser muerto, y resucitar al tercer día.
Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo:
Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.
Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!;
me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios,
sino en las de los hombres.
(Mateo 16:21-23)


¿Qué cosa extraña le pasó a Pedro?
Un momento antes, Pedro le había dado la más grande revelación que alguien podía decir, sin embargo un momento después, cuando Jesús por esa misma revelación necesita empezar a darle a conocer a los discípulos que él tenía que padecer y tenía que morir porque era necesario para que eso se cumpliera, el mismo Pedro lo toma aparte y le dice —¡Jesús, eso a ti no te puede pasar!
¡En ninguna manera tú puedes morir! ¡Estás loco Jesús, si estás con nosotros! ¡Si estamos pasando el mejor tiempo, no puedes morir!—.
Y la respuesta de Jesús, parece muy hiriente, pero es la respuesta que Jesús dará cada vez que usted y yo digamos algo, o pensemos algo que no viene del Espíritu de Dios.

Jesús dice: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo.

Pedro quería ser compasivo con Jesús y quería lograr la autocompasión de Jesús, pero en ese momento Jesús identifica de dónde vienen esas palabras y de qué tipo de corazón vienen esas palabras y tiene que usar una frase muy fuerte para la vida de Pedro, le tiene que decir:
¡Apártate de delante de mí, opositor!
Porque eso significa Satanás, apártate de delante de mí, tú que eres mi enemigo, me eres tropiezo”.
Tropiezo significa en el original: “una trampa”; es una vara flexible con una carnada que se usa para cazar animales.

Pedro, el mismo que le dijo a Jesús: “Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente”... Ahora le dice: ¡No debes morir!
Y Jesús lo tiene que calificar como un opositor, le tiene que decir: “Eres como una vara que en la punta me pusiste una carnada y me quieres hacer tropezar”.

Cada vez, que usted y yo respondemos almáticamente a nuestra propia vida o a la vida de los demás, nos estamos convirtiendo en opositores de Dios; estamos poniendo una trampa en frente de la persona a la cual estamos hablando; queremos ser compasivos con nosotros y con los demás, pero no hablamos las palabras que debemos hablar.
Es muy importante lo que Dios quiere hacer con nuestras vidas, por eso le pido que abra su espíritu para recibirlo, porque no podemos vivir por ratos en el Espíritu y por ratos en nuestra carne, ya que, cada vez que actuamos así, nos transformamos en enemigos de Dios, en opositores de Dios y estamos poniendo una trampa para la vida de la gente.

En muchas oportunidades tuve que enfrentar situaciones de hermanos con problemas, y lo primero que uno siente es la tentación de abrazarlos, pero en el mismo instante por el Espíritu Santo que habla en nuestro interior, sabe muy bien cuál es la opinión de Dios acerca de esa circunstancia y se siente como tironeado para un lado y para el otro. Para un lado es el corazón el que dice —abrázalo, cuídalo—, pero por otro lado es el Espíritu Santo el que nos dice —si quieres que él o ella sean libres, diles lo que le tienes que decir, porque de otra manera con tu abrazo, lo estarás atando aún más—.

He visto un serio problema en las familias y en los matrimonios, hay pocos valientes que se ponen del lado de Dios para hablar lo que tienen que hablar, porque hay un esposo que conoce muy bien a la esposa y sabe lo que le tendría que decir, pero como sabe cómo se va a poner la esposa “cuando le diga lo que le tiene que decir” prefiere callar antes de hablar lo que tiene que hablar de parte de Dios.
Hay esposas, que dicen: “como mi marido se pone loco y se enfurece si le digo lo que tengo que decir de parte de Dios, yo cierro mi boca y seguimos viviendo en paz”.
En estos casos no nos estamos dando cuenta que Dios nos está dando la posibilidad de ponernos de su lado y por el contrario, nos estamos poniendo del lado del hombre, si queremos ver un esposo o una esposa, transformados, tendremos que hablar las palabras que el Espíritu Santo tiene para ese esposo o esa esposa y decirles lo que hay que decirles de parte de Dios.

En nuestros primeros meses de casados, mi esposa se negaba en su corazón a que fuéramos pastores; ella dijo: “Yo jamás voy a ser la esposa de un pastor”.
Y hubo otras situaciones similares en las que sabía que Dios estaba trabajando en su interior, yo tenía dos opciones: dejarla sola para que las cosas estuvieran tranquilas, darle una palabra de ánimo o de aliento, no meterme en el tema o decirle lo que sabía que tenía que decirle de parte de Dios.
Tuve que elegir y más de una vez me senté con ella a decirle —vamos a hablar, porque lo que estás pensando y hablando no viene de Dios, no es lo que Dios quiere para nuestras vidas y yo estoy decidido a hacer lo que Dios me dijo que tengo que hacer; no estoy en este lugar para perder mi tiempo porque sé para qué Dios me trajo hasta aquí, por lo tanto lo único que te voy a decir es que: “busques a Dios y le preguntes para saber lo que tienes que hacer—.
Y más de una vez, ella me decía “que no nos íbamos a hablar por un buen rato”; y se iba a la habitación y no me hablaba, se había enojado porque había sido duro con ella... Pero ¿sabe lo glorioso? A las horas, al otro día, ella venía, se sentaba en el mismo sillón donde habíamos hablado, y me decía: —Estuve orando a Dios y lo que me dijiste, era del Espíritu Santo, te pido que me perdones porque ya le pedí al Señor que me perdone, estoy dispuesta a hacer lo que Dios dijo que debemos hacer—.

Cuando tú y yo nos ponemos del lado de Dios, tenemos el mayor aval que alguien podría tener, al Señor mismo diciendo:

“Estoy contigo, te voy a apoyar en lo que dijiste, porque fuiste inspirado por el Espíritu Santo,
por lo tanto voy a hacer que las cosas ocurran, porque hiciste lo que yo te había pedido”.


Aquí tenemos a Pedro, que pudo haber tenido un tiempo glorioso, porque recibió la mayor revelación por el Espíritu, pero al rato, ese mismo Pedro estaba siendo una trampa para Jesús.

No penséis que he venido para traer paz a la tierra;
no he venido para traer paz, sino espada.
Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre,
a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra;
y los enemigos del hombre serán los de su casa.
El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí;
el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí;
y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.
El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.
(Mateo 10:34-39) 


¿Si usted lee este pasaje por primera vez? Dice: “Esto Jesús, no lo pudo haber dicho jamás”.
Porque diría: “El Jesús que yo conozco, que murió por mí en la cruz, no podría decir una cosa como esta...
¿Él no vino a traer paz?  ¿No es el mismo Jesús que dijo: La paz os dejo, mi paz os doy?
¿Cómo Jesús me puede decir que en vez de traer paz, vino a traer pelea, disensión, discusión, contrariedad y además entre los miembros de una misma familia?
Uno no puede entender a este Jesús.

¿Por qué Jesús está diciendo esto?

Jesús está diciendo que: “Su señorío sobre las vidas es el que marca la diferencia entre una persona y la otra”.
En la medida que Jesús sea el Señor de tu vida y no lo sea en la otra persona, empezará a marcar una diferencia.
El grado de rendición en tu corazón marcará la diferencia “aún entre los de tu casa”.
Por eso los más íntimos pueden estar divididos, porque hay uno que se ha rendido de todo corazón al Señor y hay otro que sigue luchando con su carne, con su alma y con sus pensamientos,

Necesitamos entender que hay una sola solución para estar siempre del lado de Dios:
“Hacer morir todo lo que pertenece a la vida del yo: pensamientos, emociones y sentimientos”.


Mientras sigamos pensando como a nosotros nos “gusta”, Jesucristo no podrá apoyar o avalar nuestra vida; hemos mal entendido el amor de Dios, creemos que es tan grande que va por encima de “nuestra” manera de pensar, terquedad, tozudez o de nuestra ”cabeza dura”; sin embargo “Dios me ama y está conmigo”.
¡Ten cuidado, porque no es así!

El evangelio del reino de los cielos “nos exige todo o nada”.
El evangelio de Jesucristo, es aquél que te hace entrar de lleno, en el reino de los cielos, para empezar a vivir bajo esas leyes y para olvidarnos del mundo que nos rodea... “Estás en el mundo, pero no eres del mundo”, estás en el mundo pero no piensas como el mundo. Las opiniones del mundo poco importan cuando nuestra manera de pensar, es la manera de pensar del reino de los cielos.

Por esta razón hemos visto una Iglesia que ha trascendido poco en el mundo.
Porque cuando alguien del mundo se encuentra contigo, escucha las mismas palabras que dice su vecino, con la diferencia que tú le dices que “eres cristiano”, entonces es mayor el cortocircuito que se produce en la cabeza de esa persona porque piensa, —si es cristiano o cristiana ¿Debería pensar diferente, o tener una fe diferente, o una sonrisa diferente, o tener una manera de mirar diferente?
¡No debería enojarse tanto con el gobierno, como lo hace!—.
Pero como seguimos hablando como el mundo, esas personas no pueden ser convencidas por un Espíritu mayor que nos gobierna y que se refleja en nuestra vida.
Dice el Señor:

“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí;
el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí”.


Cada vez que sabes que tienes que decirle algo de parte de Dios a alguien, aunque sea el más querido sobre la tierra y no se lo dices, estás amando más a la persona que a Jesús.
Cada vez que sepas que hay algo del Espíritu que le tienes que decir a alguien y no se lo dices, estás amando más a esa persona que a Jesús.

Pero hay algo mucho más peligroso en eso: Por amar más a esa  persona que a Jesús, la estás echando a perder, porque lo único que puede hacer libre a esa persona son las palabras que Dios tiene para su vida.
Tus palabras la van a alagar o confortar un rato, pero después se va a empezar a hundir cada vez más.
Y dice Jesús: y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí”.
¿Por qué tomar la cruz? Porque en la cruz, es en el único lugar donde quedó clavada nuestra vieja naturaleza.
Lo que éramos antes de conocer a Jesús, está legalmente clavado en aquella misma cruz en la que Jesús murió por nosotros.

Hay una diferencia entre lo legal que hizo Jesús y lo real que nosotros vivimos. Está nuestra actitud.
Jesús ya nos da por muertos, porque nuestra vieja naturaleza quedó clavada en la cruz; pero nosotros nos damos por vivos porque seguimos usando esa vieja naturaleza para vivir cotidianamente.
Tenemos la vida de Cristo en nosotros y no la usamos, en cambio, usamos nuestra propia manera de pensar, nuestros propios sentimientos, nuestra alma y pretendemos hacer las cosas de Dios “a nuestra manera”. ¡Es imposible! Dios jamás podrá apoyarnos en eso.
Por eso podrás orar por alguien a quien amas por años y nunca va a cambiar, porque lo está atando, con tus palabras, abrazos, comprensión, con tu compasión, atamos la vida de esa persona y no podrá ser libre. Y hace años la vemos igual, les doy una mala noticia, si siguen actuando así, por muchos años más va seguir estando igual, no va a cambiar.
Dios está esperando hijos que se atrevan “a ponerse de su lado” y no “del lado de los hombres”.
Porque quien se pone de su lado verá los resultados espirituales que Dios con su infinito poder puede producir en la vida de cualquier persona pero si seguimos del lado del hombre seguiremos viendo los mismos fracasos que hemos visto hasta el día de hoy.
Y dice algo más Jesús:

“El que halla su vida, la perderá;
y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará”.


¿Qué significa “el que halla su vida”?
Es aquel que reserva y guarda para sí mismo su propia vida. Aquél que dice: —a mi alma, a mi corazón, a mi manera de pensar” ¡Déjala en paz!¡Yo soy así! Así viví, así nací y así me voy a morir. Además: ¡Me gusta ser así! ¡Me gusta tener esas cosas! ¡Son parte de mis sentimientos, no me las arranques, Señor!—.
¿Qué estamos haciendo? Guardando nuestra vida para nosotros mismos.
Lo que estas acariciando, es tu propia manera de ser, esa persona que Jesús clavó en la cruz.
La estás abrazando y acariciando, diciéndole: ¡Que bonita! ¡Qué linda! ¡Qué linda alma y lindo corazón!
Y dice también: la perderá”.
¿Por qué? Pierde lo más valioso que tiene: “La vida de Cristo que hay en él”.

El Señor no nos salvó solamente para ir al cielo, porque si pensamos que lo único que Dios podía hacer a nuestro favor era llevarnos al cielo, estamos perdiendo el tiempo sobre la tierra.
El Señor nos salvó para que vivamos como él en la tierra.
Para que quién nos mire diga: “encontré a una persona que se parece a Jesucristo”.
“Encontré a alguien que me habla como me hablaría Jesús, alguien que me dice la verdad, pero veo sus ojos de amor”.

Por eso cuando vemos a Jesús que le habla al “joven rico”, Marcos se encarga de decir algo ¡Espectacular! Mirándole, le amó” (Marcos 10:21)
Y le dijo el mayor amor que alguien puede tener por otro, que es dar su vida esperando ser criticado, vapuleado, no ser comprendido, sin embargo poniéndose del lado de Dios, para ver que una vida pueda ser transformada.
A veces, estamos pensando antes en el resultado y no actuamos como Dios quiere porque nos adelantamos a Dios.
Jesús conocía muy bien el corazón del joven rico, y podría haber dicho —si yo le digo que venda todo, el joven rico no va aceptar, se va a ir, mejor, lo tengo conmigo, lo discipulo tres meses, le muestro la grandeza del reino, la bendición de ser discípulo mío y después en algún momento, lentamente, lo siento y le digo entonces “que venda sus bienes” porque son su trampa, su carnada—.

¡NO! ¡Jesús no funciona así! El reino no funciona así...
El reino funciona al revés, funciona con la verdad, desde el principio, el reino te hace saber “lo que está mal en tu corazón” para que estando en el reino “vivas como un hijo del reino”.

Lo primero que Dios va a tocar es tu lado débil. Lo primero que el Señor va a hacer es meter la mano en aquello que te está doliendo más, porque sabe que es tu mayor problema, porque es lo que te trae dolores de cabeza hace años, porque no entiendes que eso tiene que morir en tu vida, para que la vida de Cristo viva, estás resucitándolo, porque lo estás tomando de la cruz y le estás diciendo ¡Revive! ¡Despiértate, no me dejes solo!
Lo están abrazando una vez más y la vida de Cristo no puede surgir.

Por eso hay hijos de Dios, que lo conocen hace mucho tiempo y aún así, viven en depresión, en angustia, están siempre oprimidos, les ves la cara y tienen ojos de tristeza.
Porque seguimos abrazando aquella vieja vida por la cual Jesús ya pagó.
Y después dice Jesús:

“Y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará”.

O sea, aquél que está dispuesto a decirle a Jesucristo:  —Yo abandono mi manera de ser, abandono a aquél que dejaste clavado en la cruz y aunque al principio no sepa ni quién soy ni cómo moverme, no voy a tomar los “argumentos” y la “forma de ser”, para intentar vivir la mida que me diste—.
Es imposible vivir la vida cristiana con la vieja vida, no se puede, se volverán locos y no lo conseguirán.
Es necesario perder esa vida, para hallar la vida de Cristo que está en nosotros.
Porque el amor de Cristo nos constriñe (nos convence, nos obliga),
pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron;
y por todos murió, para que los que viven,
 ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne;
y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así.
(2 Corintios 5:14-16)


Lo que debería producir el amor de Cristo que está derramado en nuestro corazón, es un convencimiento tan grande que nosotros lo primero que pensemos sea: —Si él murió, entonces estoy muerto también, si el murió por todos, entonces todos mis hermanos tendrían que estar muertos, ninguno de nosotros, humanamente hablando, ya vivimos, todos estamos muertos—.
Y sigue diciendo Pablo:

“y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí,
sino para aquel que murió y resucitó por ellos”.


¿Por qué murió por todos?
Para que todos sus hijos no vivan para ellos mismos, sino para aquél que dio su vida por cada uno de nosotros.
Una vida que ha tomado el mensaje de Cristo pero sigue viviendo para sí, es una vida que demuestra que lo único que quería de Jesús era el beneficio, lo que podía hacer a su favor, pero nunca pensó: ¿Cuánto puedo darle a Dios? Y ¿Para qué me salvó? ¿Qué es lo que quiere Dios de mí?
¿Alguna vez pensante cuando Dios hizo un Nuevo Pacto, enviando a Jesús a morir por nosotros, qué significa un pacto? ¿Y si solamente es de un lado?
Porque los que nos casamos, sabemos que hicimos un pacto con la esposa o el esposo y también sabemos ese pacto no fue unilateral; no es que solo uno tiene que hacer todo a favor del otro y el otro no tiene ninguna obligación, tampoco estamos pensando que estamos libres y podemos exigir del otro que haga todo lo que tiene que hacer.

El pacto siempre tiene dos partes.


Cuando Dios hizo un pacto con el hombre no solamente estaba empeñando todo su ser en “hacer lo que tenía que hacer con nuestra vida” “sino que él también estaba esperando que cada uno de nosotros hagamos un pacto con él, para vivir para él; y que cumplamos nuestra parte en el pacto”.
Por eso dice Pablo:


“y por todos murió, para que los que viven,
ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”.


“De manera que nosotros de aquí en adelante
a nadie conocemos según la carne”.


Seguimos mirando a la gente con los ojos de la carne, por eso podemos hacer una radiografía con los defectos de los otros.
Cuando Dios nos ve, tiene una lupa muy especial para mirarnos:

¡La obra redentora de Jesús!

Pone la lupa y dice: —¡Qué bien se ve mi hijo!— Porque lo que Dios está viendo, “es el producto terminado”.—¡Qué bien está representando a mi hijo Jesús en la tierra! ¡Con qué valentía está tomando la Palabra! ¡Con que fe esta dado los pasos que le he pedido! ¡Qué bien! ¡Me agrada su obediencia!—

Así nos ve Jesús, pero nosotros tomamos la lupa de nuestra vieja naturaleza y decimos: —Si te hablara de... tiene tal problema, tal defecto... y esto...—
Porque todas las cosas de nuestra vida la vemos con nuestra carne, y vemos un matrimonio después de treinta años de casado ¡Y ya la viejita no soporta más, al viejito! ¡No lo aguanta más, porque son cincuenta años de repetir las mismas cosas, de los mismos defectos, de los mismos problemas y está aburrida!
¡Porque cuando se casó, le prometió el oro y el moro y después de cincuenta años todavía está esperando, el oro, el moro, las joyas, la casa que le prometió (pues siguen viviendo en casa alquilada) y le sigue protestando porque sale mal la comida!...
Pero cuando Cristo viene a nuestra vida ¡Ya no vemos al viejito y a la viejita, con los mismos ojos, porque ahora lo que tratamos de ver es al Cristo que vive en ellos.

Lo que tratamos de ver en la vida de cada uno es al Cristo que está dentro y que tiene el poder para transformar y hacer una persona que nunca nos imaginamos ser.
Dios tiene un modelo para sus vidas que nunca lo pensaron, y aún más, no le importa a Dios si perdieron muchos años de sus vidas, están a tiempo para salvar sus vidas, si están dispuestos a perder esa “manera de pensar, esa manera de ser, las palabras y pensamientos”, con tal de que la vida de Cristo viva. Dios tiene el mejor propósito y el mayor plan para sus vidas.

Por eso necesito desafiarlos, necesito decir lo que les estoy diciendo, porque de lo contrario se morirán “sin pena y sin gloria”, sin haber afectado tu vida, ni la de tu esposo o esposa, ni la vida de tus hijos.
Si los papás no se dan cuenta de lo grandioso que son sus hijos para los ojos de Dios, los van a echar a perder.

“Y ninguna persona sobre la Tierra tiene derecho a anular la vida de otro”.

Dios no nos ha dado el derecho de eso a nadie. Aunque seas la cabeza del hogar, como hombre, Dios no te da derecho de echar a perder la vida de tu esposa o de tus hijos, porque no quieras entender y eres “cabeza dura”; no tienes ese derecho.
Como mamá no tienes el derecho de tomar a tus hijos para vivirlos egoístamente para ti, sin pensar y sin orar lo que Dios tienen para la vida de esos hijos.
Nadie nos da ese derecho y Dios tampoco lo da.

“De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne;
y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así”.


Ni siquiera al Cristo que vive en ti, lo podemos conocer según la carne, por eso hay muchas cosas de Cristo que no entendemos, porque lo seguimos viendo con los ojos de la carne.
Ésta es la razón por la que el joven rico no entendió. No podemos entender lo que el Señor está diciendo, con los ojos de la carne, y si pretenden analizar estas palabras con estos ojos, no lo podrán entender jamás. Pero si permitimos al Espíritu Santo que hable a nuestro espíritu, puede ser el tiempo en el que Dios desate nuestras vidas para algo mayor.

Que empecemos a vivir la vida de Cristo como nunca antes lo hicimos. Lo que siempre anhelamos vivir que a partir de recibir esta revelación se empiece a cumplir en sus vidas.

"Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.
Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles;
pero después que vinieron, se retraía y se apartaba,
porque tenía miedo de los de la circuncisión.
Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera
que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.
Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio,
dije a Pedro delante de todos:
Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío,
¿por qué obligas a los gentiles a judaizar? Nosotros, judíos de nacimiento,
y no pecadores de entre los gentiles, sabiendo que el hombre no es justificado
por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo,
nosotros también hemos creído en Jesucristo,
para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley,
por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.
Y si buscando ser justificados en Cristo, también nosotros somos hallados pecadores,
¿es por eso Cristo ministro de pecado? En ninguna manera.
Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago.
Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios.
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí;
y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó
y se entregó a sí mismo por mí. No desecho la gracia de Dios;
pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo."
(Gálatas 2:11-21)


Este Pedro, es el mismo que había dado la poderosa declaración de “quién era Jesús”, que le dijo a Jesús que no muriera; y es quien, “ya había abierto las puertas” (porque ya había usado las llaves que Jesús le había dicho, para los judíos en Pentecostés y para los gentiles en casa de Cornelio); y era un tremendo apóstol; es el mismo Pedro, no cambió.
Ese mismo Pedro es quien estando en Antioquía, comía con los gentiles y no tenía problemas, pero de pronto, departe de Jacobo vienen unos de Jerusalén, y dijo para sí —Si me ven, siendo yo judío, compartiendo con los gentiles: ¿Qué van a pensar de mi?—... Dice Pablo en su simulación.

Nosotros le podemos poner una cara muy bonita a Dios, a los hermanos, pero estar simulando todo el tiempo y la verdadera cara es la que Dios ve adentro. Nos ponemos caretas, pero Dios nos ve la verdadera.

Pablo tuvo que resistir cara a cara a Pedro
.
¡Hay que atreverse! Porque Pablo sería también un tremendo apóstol, pero ¡Ante Pedro! ¡Pedro es Pedro! ¡Estuvo con Jesús! Pablo no.
Por lo menos siendo Pedro, hubiera dicho: “Hermano Pedro, venga aquí aparte, tengo unas palabras para usted. ¿No le parece, que podemos llegar a confundir a los de Antioquía, ellos son gentiles, ellos no entienden nuestra forma de ser judíos?
Además si murió Cristo por su gracia. ¿Por qué no lo considera? Hoy cuando se retira, descanse, piense un poco y mañana si quiere volvemos a hablar...”
No, Pablo no hizo esto. Porque cada vez que nosotros le damos lugar al alma, podemos hacer que otra persona, comience a ser condenada por cosas que nosotros mismos hicimos o dijimos.

Por eso, Jesús en aquella oportunidad le tuvo que decir “apártate de mí Satanás”.
Imagínese un Jesús diciendo: “Sí Pedro, la verdad ¿Para qué morir? Si lo estoy pasando tan bien, si puedo llegar a ser rey de los judíos, mejor no me voy a morir”.
¡No estaríamos hoy acá! No tendría sentido nuestra vida y no sabríamos cómo agradar a Dios.

Imagínense ahora, que Pablo le hubiese dicho a Pedro: —¡Tienes razón! Mejor vamos a cuidar nuestras leyes judías y vamos a enseñarles a los gentiles también a judaizar, para que las cosas no sean complicadas para nosotros y a su vez ellos aprendan que Jesús vino de los judíos; y lo que les corresponde es judaizar también a ellos.— ¿Qué nos pasaría a nosotros? Estaríamos también, judaizando, siguiendo las mismas leyes que los judíos siguen.
Pablo, tiene que resistirlo y decirle que ahora ya vivimos por la gracia de Dios, y le dice:

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí;
y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios,
el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

Siempre, el verdadero motivo para que vivan la vida de Cristo y desechen la vida del alma,
es haber comprendido “el gran amor de Dios para nuestra vida”:
“...el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”
Es injusto porque no cumplimos nuestra parte del pacto, cuando seguimos viviendo
por el alma y la propia manera de pensar, cuando él lo dio todo por nosotros.
El sacrificio de Dios fue su vida, por eso nosotros nos entregamos “enteramente”.
No es por igual el pacto de “un Jesús que se entrega por entero y nosotros que seguimos
viviendo para nuestra alma, deleite, forma de pensar y para nuestra manera de ser”.

Mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano.
Todos los que quieren agradar en la carne, éstos os obligan a que os circuncidéis,
solamente para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo.
Porque ni aun los mismos que se circuncidan guardan la ley;
pero quieren que vosotros os circuncidéis, para gloriarse en vuestra carne.
Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,
por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.
Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión,
sino una nueva creación.
(Gálatas 6:11-15)


Así hay muchos cristianos, quieren agradar en la carne. Si yo quisiera agradar en la carne, no estaría diciendo todas estas cosas. Para mí es más fácil hablar palabras de aliento o de ánimo.Los que quieren agradar en la carne siempre van a adular, alagar, van a decir las cosas que quieres oír.
Pero hay una salvedad: “Cuando queremos vivir la vida de Cristo, el mundo está crucificado para nosotros y nosotros estamos crucificados para el mundo”.
Gloriarse en la cruz de Cristo, no significa gloriarse en un elemento, porque la cruz es un objeto de maldición, la misma Biblia lo dice: “Maldito es aquél que es colgado en un madero”.
No nos gloriamos en la cruz, por eso no andamos llevando crucecitas en el cuello, como lo más grandioso que nos pueda pasar. Nos gloriamos en que, en esa cruz “el viejo hombre” ha quedado crucificado. Lo mejor que tengo para contarte de mi vida, es que el viejo hombre está crucificado y colgado en una cruz.
Y que ahora el que ves es el Cristo que vive en mí, esa es mi mayor gloria, es el mayor alarde que puedo hacer de mi propia vida, otra cosa, solamente es parte de mi historia.

Pero la verdadera gloria de mi vida es, que mi vieja naturaleza ya no vive en mí, ahora Cristo vive en mí.

Por lo tanto no vale ni la circuncisión, ni la incircuncisión, no vale nada de lo que puedas pensar que “está bien, que son formas, que son métodos y que así vas a agradar al Señor”...
Lo que dice Pablo que lo que vale es una nueva creación. Las cosas viejas pasaron, ahora eres una nueva creación, eres una nueva persona para Dios.

Sé que muchos están analizando muy bien todo esto, y algunos están sintiendo como que un cuchillo le atravesara el corazón, porque saben que hay muchas cosas que no están bien delante de Dios, que están viviendo para sí mismos y no están dispuestos a renunciar a su propia manera de ser, con tal de agradar a Dios al ciento por ciento, para los que ya son hijos de Dios, para aquellos que saben que necesitan una profunda transformación desde su interior.
Han vivido más bien, bajo las circunstancias y bajo su propia manera de pensar, que por la vida de Cristo.
Éste tiene que ser un tiempo donde puedan atreverse a reconocer, que necesitan vivir una vida transformada y cambiada delante del Señor.
Si estás esperando que Dios haga algo importante en tu vida, aún que Dios pueda usarte y que los demás te vean y vean a Jesús en ti, tienes que hacer morir en ti todo lo que hay en tu carne, en tu manera, de pensar, en tus sentimientos, en tu alma.

Es tiempo de hacer morir aquello que te está traicionando y que es una trampa para tu vida, si te das cuenta que caíste una y otra vez, en las mismas situaciones y que solamente le dejaste a tu vieja persona que viviera en ti que decidiera, y dejaste a un costado a Jesús en tu vida.
La vida de Cristo que está en ti está arrinconada esperando surgir dentro tuyo y hacerte vivir sobrenaturalmente, pero con los pies en la tierra.
Hoy es tiempo de decisión. En el Nombre de Jesús. Gracias Señor.

Quiero pedirles, a todos, que reciban este mensaje en su espíritu y no en su mente. Porque estamos muy acostumbrados a hacer las cosas de una manera, a vivir de una forma y que todo nos ha parecido bien, y por eso mismo no nos atrevimos a pensar que hay cosas que el Espíritu Santo está pidiendo en nuestra vida.
Hay cosas en las cuales el Espíritu de Dios necesita trabajar en nuestro interior.

Estoy convencido que el reino de los cielos es de los valientes, es de aquellos que están dispuestos a rendirse delante del Señor y a reconocer que hay una vida que puede ser vivida en otra dimensión.
Lo que el Señor está proponiéndote, es que empieces a vivir en otra dimensión por el Espíritu Santo.
Hasta ahora viviste bajo tus fuerzas, quisiste agradar a Dios con las mejores intenciones, Dios sabe que fue con las mejores intenciones, pero fue con tus fuerzas.
Ahora el Señor tiene algo diferente para tu vida, porque quiere hacerte vivir por el poder del Cristo que vive en ti, no es por tus fuerzas, es por la vida de Cristo que está en ti.

Yo les pido que hagan esto en el Nombre de Jesús.
Quiero orar, para permitir que el Espíritu de Dios esté transformando desde adentro sus vidas, quiero decirles que la decisión está en ustedes, porque Dios hace la obra por el Espíritu pero si vuelven a buscar a su vieja naturaleza para aferrarse a ella nuevamente verán el fracaso la decisión.
Está en ustedes, pero no tendrán que aferrarse más a su manera de ser, a su manera de pensar, a sus sentimientos, tendrán que abandonarse en las manos de Dios y permitir que surja en ustedes, la vida de Cristo que está allá adentro.


En el Nombre de Jesús, Padre, yo te alabo y te bendigo, porque sé que tú estás trayendo convicción a los corazones de las personas que desean ser transformadas, que no quieren más vivir como hasta ahora, que quieren vivir a Cristo en sus vidas, que no quieren luchar más con sus fuerzas.

En el nombre de Jesús, ahora Espíritu de Dios, ven sobre cada uno de ellos, para que arranques todas esas trabas, esos impedimentos, todos los pensamientos y sentimientos del alma que les han traicionado hasta este momento y que no les han permitido tomar las decisiones que debían tomar. Que no les han permitido hablar lo que debían hablar, que no les han permitido estar “de tu lado Señor” y siempre se han puesto de “su propio lado” o del “lado de los demás”... Porque no se han atrevido.


En el Nombre poderoso de Jesús, arranca eso desde las raíces de sus vidas Espíritu Santo, para que ahora la vida de Cristo que está en ellos, pueda empezar a surgir como nunca antes.
En el Nombre de Jesús.
Gracias Señor. Amén.





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